jueves, 10 de febrero de 2011

(Sin título)

Ese hombre -hombre joven, hombre nuevo- que está ahí parado (¡Si, ahí mismo, frente a nuestra vida!), mirando nostálgico y con un pesar enorme sobre los ojos, nos espera. Pero nunca pudimos verlo, a veces lo imaginamos, con su barba desprolija quizá sonriendo. Ese hombre que no está, que no se encuentra, a ese hombre, compañeros, le debemos la vida. ¡Y nosotros, absurdos ilusos, nos conformamos buscándolo! Algunos, cobardes si los hay, dicen que lo encontraron, mientras se arreglan la corbata y parten a la oficina, entre suspiros y que alivio. A quién encontraron, me pregunto, si él nunca se ha ido. Hay otros que se conforman llanamente diciendo que sí, que está presente, más que nunca, propiedad propia e inseparable de toda ausencia; presencia, si se me permite, abstracta y puramente emotiva.
Pero no.
El hecho es que ese hombre perdido, robado, desaparecido, somos nosotros. Él corre libre por nuestra sangre que, lejos de enfriarse, nos conduce a la victoria deseada, al horizonte soñado, a la meta que nos tachan de imposible. Ese hombre, que es miles, que en el tiempo le robaron la vida hoy viene a revivir más que nunca. Y cómo olvidarnos de él sin tener la conciencia y las manos manchadas de sangre; cómo no juzgar a sus asesinos, si, de lo contrario, seriamos cómplices de ellos; cómo no dejar la vida por su causa si es la misma que nos mueve; cómo no dejar la vida por él, por ellos, si son de ellos que hoy estamos hechos.

H.O.

No hay comentarios:

Publicar un comentario