miércoles, 24 de noviembre de 2010

El arte de beber para olvidar (O de simular haber olvidado sólo para volver a beber).

Me gusta, sencillamente, y de alguna manera, inexplicable y absurdamente (aunque prefiera decir que sí, que la sigo amando y que ella no me gusta, pero es así y no puedo evitarlo) la bebida. No cualquiera, sino aquella que formalmente se disfraza de risas, palmadas, carcajadas ejecutivas, y que informalmente, en ese bendito mundo nocturno, ese paraíso de estrellas salpicadas de inmortalidades efímeras (y que se disuelven, duramente, y con un vómito, a la mañana siguiente, pero no importa, todavía son efímeras, porque la noche todavía sigue, y, joder, ¿por qué aventurar con la aún débil y lejana certeza de que amaneceremos odiándonos?), es el murmullo del futuro agolpándose en nuestra sangre, bendiciéndonos litúrgicamente con la agonía de la botella de vodka por la mitad, con la insospechada y añorada botella de vodka por la mitad.
(Quizás, luego de un trago, o seis, piense que sí, que podemos ser eternos y querernos, y casarnos, y hasta tener hijos, llevarlos a la escuela, ayudarnos a cocinar y a beber en una copa al mundo y a sus agobiantes casualidades, pero, de nuevo, y casi estoicamente, ¿por qué habríamos de pensar en eso ahora, que la vida se acaba y sin embargo, nuestro inclemente tiempo se vuelve eterno?).
Luego nuestras cabezas dan vueltas, y reímos, y somos infinitamente estúpidos, y disparamos contra el olvido y sus asesinos (pero bien sabés que nunca voy a poder olvidarte, y que es en vano, de todas formas, pensar que sí, que te odio, y que no voy a volver a verte, porque, aún así, sabés que no es así, y que sí, que te amo, y que no hago otra cosa que pensar en cuando voy a volver a verte, quizás en el reflejo de mi copa ya vacía, o tal vez en el eterno vaivén del 60 que se pierde por Constitución).
Ahora el tequila es protagonista, y matamos el tiempo contando nuestros fracasos y escupiendo confesiones, que antes creíamos irreproducibles, y que mañana ya serán cotidianas, alimento para aquellos que viven de nuestro vivir. (No, me cansé de decirte que no, que no pienso volver, pero que lo nuestro tampoco fue un fracaso, y que tal vez más cuerdo te diga que sí, y nos amemos en tu auto, inundándolo de vapores y llenándolo de verdades).
Y ahora la cerveza, fiel compañera, mata angustias, y le confieso mi dolor y mi vergüenza, la canso, y la bebo en pocos minutos, en compañía de todos aquellos valientes que todavía se animan a abrir la boca (también le cuento de lo nuestro, pero no te preocupes, porque todas esas mentiras que te dije antes, no llegan a ser embustes, y mucho les falta para convertirse en realidad, y seguramente te diga que no, pero sí, todas yacen en esa cerveza hija de puta, que se llevó todo lo que recordaba de vos, tu cara, tu voz, tu risa, tu taquicardia, y la Quilmes, hermosa, eterna, infinita, magnánima, me cuenta de tu engaño, y yo le cuento del mío. Quemamos imperfecciones, y nos amamos de nuevo, olvidándonos de vos y de tus tormentos, pero al mismo tiempo, amándote, deseándote, pensándote, dibujándote, y creándote, quizás menos delirante, más racional, menos bella, y aún viva).


H.C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario