martes, 30 de noviembre de 2010

Revolviendo lo absurdo



Las manos que sudan y el corazón que late rápido. Al pedo.
Estos últimos días de noviembre, primeros de diciembre y finales de un 2010 que se nos escapa tan rápido (a veces más de lo que quisiéramos) nos asfixian con el peso muerto de los exámenes. Se nos agolpan y el único horizonte que tenemos por estas horas quizás sea el de más y más montañas de artículos, ensayos, libros y apuntes que pierden todo lo mágico e interesante porque están sujetos a evaluación, evaluación que será responsable directa tanto del éxito más efímero, como de la frustración mal contenida. En ambos casos, las consecuencias serán hijas de años y años de imposición de un sistema tan desastrosamente ineficaz como alarmantemente desigual.
Dos horas que pueden echar por la borda meses de cursada, horas de dedicación apasionada, en fin, momentos que serán susceptibles de perderse en la bruma de una hoja entregada en blanco.
La fortaleza de dicha metodología se cuenta en su antigüedad, en su tradición. La certeza y la naturalización del examen como “medidor de conocimiento” indiscutido reside en la costumbre. Sus bases y fundamentos, tan débiles como sus cimientos, pierden sentido en cuanto se intenta profundizar, apartando el velo de lo establecido.
Lo arcaico y absurdo ha sido tan evidente, que ya en 1930, Deodoro Roca (héroe de la reforma universitaria de Córdoba, en 1918) se animó a señalar, con dedo perspicaz y justiciero, que “toda la enseñanza -expresada así en el vetusto examen- está fraguada apuntando al éxito. Hace depender de un éxito, de una buena jugada, a veces toda una vida”.
Los visionarios, los genios y todo aquel que se haya animado a poner en duda aquello que el paso del tiempo nos ha impregnado en la cotidianeidad de nuestras vidas, será apartado y despreciado en el rincón del olvido.
Los menos quizás sean reivindicados y academizados, amoldados y transfigurados, en una pregunta de parcial (¡menudo homenaje!) que puede costarnos la materia entera.
Será tiempo, entonces, de aguantar más noches en vilo, de prepararse para más días eternos, de juntar fuerzas y seguir haciendo frente a esos nervios tan traicioneros, a ese miedo tan irrisorio.
Será tiempo, al fin y al cabo, de seguir viviendo el ridículo sueño medieval de aquellos que, desde tiempos inmemoriales, osan juzgar el conocimiento.

H.C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario